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Emociones desde Bolivia...

GENTE DE AIQUILE

 

 

Lo primero que notas al llegar a Aiquile es el verde de los valles. La carretera serpenteante sube y baja constantemente entre dos mil y cuatro mil metros de altitud. A lo largo de la carretera, los perros callejeros esperan pacientemente por algo de comida de los transeúntes, mientras las vacas, burros y cerdos cruzan lentamente el asfalto en busca de alimento. Entonces, después de la última curva, llegas a la rotonda del Charango, la guitarra local peculiar a la que la ciudad ha dedicado con orgullo un museo. Y estás en la ciudad. Ahora puedes verlos.

Ves a los niños y a las cholitas, los rostros arrugados de los hombres tostados por el sol y el trabajo de los días.

Somos seis y no todos somos extranjeros; somos huéspedes del aiquileño. Si hoy el tema es: Palabras de amor, debo decir que las palabras son triviales en comparación con los hechos y aquí, en esta maravillosa tierra sudamericana, se necesitan hechos, acciones concretas, porque lo que según nuestros estándares llamamos pobreza se encuentra fácilmente al salir del centro de la ciudad y aventurarse en la periferia.

Con la camioneta de nuestro amigo aiquileño hemos recorrido caminos de tierra, cruzado vados y superado profundos baches para llegar a escuelas rurales o pequeños asentamientos donde, con la generosidad de muchos, se pudo recolectar lo suficiente para contribuir a la educación de los niños y las niñas, y a pesar de que el abandono escolar es bastante frecuente, abrazamos con alegría a un chico y una chica que en el último año lograron graduarse en economía y comercio y en farmacia, respectivamente.

Una de las principales calamidades en la zona es la crónica escasez de agua, un elemento vital para la supervivencia del hombre y la agricultura, por lo que asistimos a la inauguración de tanques que permitirán a las pequeñas comunidades rurales seguir viviendo en su tierra natal sin tener que emigrar a las zonas de tierras bajas tropicales, como muchos han tenido que hacer.

Las miradas de los niños que reciben estuches con lápices de colores y crayones nos recompensan enormemente por todo el esfuerzo, y la oferta de chicha que probamos antes de ofrecerla a la Pacha Mama nos hace comprender lo agradecida que la pobre gente de las alturas está por la actividad de la Fundación.

El aiquileño no escatima esfuerzos y viaja todos los días para reunirse con el Alcalde, Maestros, Directores escolares, Representantes de pequeñas comunidades, recibe solicitudes de ayuda, evalúa, casi siempre concede, lucha contra mil problemas pero sobre todo ama. Ama su tierra, su gente, su cielo lleno de bolitas blancas, sus montañas, las plantas que las cubren, la comida, las flores, todo lo que le recuerde sus raíces andinas y estamos agradecidos por la hospitalidad que nos ha brindado, pero aún más por el ejemplo que transmite con sus acciones.

 

Alessandro Perone

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